A lo largo de los 35 kilómetros costeros de Llanes aguardan una inusual densidad de aldeas, y una arenosa rutina con calas estadísticamente probables cada mil metros.
Más de treinta playas
es el bagaje de un mar cansado de guerrear que busca en dársenas y
rías, pero también en los acantilados más duros y altos, la talla
precisa para salones a medida, esculturas de caliza que poder admirar, y
subterráneos por los que seguir buscando un poco de calma.
La longitud de las playas varía de los 20 metros de la de Villanueva, hasta los 1200 de San Antolín.
El gran grueso pueden llamarse calas estrictamente, y no superan los
150 metros de longitud, si bien nos las encontramos también mayores,
como la de Vidiago de 200 metros, Toró: 220, Andrín: 240, Barro: 250
(una de las más concurridas en verano), Toranda (bandera azul europea):
300, Ballota: 350, Cue: 380, Palombina: 300, Borizu: 400, Torimbia (para
los practicantes del nudismo, de extraordinaria belleza): 500, El
Portiello de San Martín: 750.
En su mayoría resultan rincones inolvidables,
con escasas huellas de urbanización directa en la costa. Conviene no
disfrutarlas estrictamente en julio y agosto, cuando algunas de ellas
presentan una gran afluencia. Las playas de Llanes son un escenario
privilegiado para un paseo reconfortante en cualquier mes del año.
Presentan una idiosincrasia agreste difícil de encontrar en otro
lugar. A la invasión de los prados en los límites de la playa misma,
suelen acompañar rocas majestusamente talladas que como obras de un fino
escultor se disponen por aquí y por allá para ser admiradas. Los islotes y los castros suelen ser frecuentes.
La accesibilidad es casi siempre buena.
A la mitad de ellas se puede acercar uno en coche, llegar a la otra
mitad supone sin embargo un pequeño ejercicio de caminante. En algunos
casos extremos el acceso resulta un tanto difícil o tortuoso. Aunque
éstos se cuentan con los dedos de una mano.